viernes, 5 de noviembre de 2010

De nada sirve llorar sobre la leche derramada.


De nada sirve llorar sobre la leche derramada.


Ahora, cuando me dices "te quiero", me siento tan poquita cosa, tan culpable, tan "no digas eso; no lo merezco". Antes todo era más fácil, y no hablo de que todo tiempo pasado fue mejor porque ya se superó, hablo del antes-mucho-antes, cuando jugaba a ser grande con mi sombrilla, cuando esperaba siempre mi gelatina de la merienda, cuando quería ser músico, pintora, escritora, cantante, en fin, artista.
Cuando me dices "te quiero", tengo un corazón-pasa, y siento ganas de abrazarte y empaparte el pecho para siempre. Pero ahora uso rímel y no quiero mancharte la blusa.
Ahora, que me dices "te quiero" cada vez con menos frecuencia, ahora que lo sueltas una noche como esta, quiero exprimirme todo el ácido y ser tan dulce como dices que soy.
Cuando dices "te quiero", siento una impotencia enorme porque mis manos son demasiado torpes para retribuirte, porque no soy nada de lo que soñé (soñamos). No estoy vieja, es cierto, pero hay cosas que uno no puede torcer.
Hoy, que me has dicho "te quiero, mi niña", me he vuelto de sal, porque siempre me quejo: "Estoy sola" y, sin querer, te borro, te ignoro, tus ojos de lamento se me hacen invisibles. Hoy me he sentido igual que en aquellas pesadillas que duelen incluso al despertar. Hoy he perdido el poder sobre mi orden.
Te dije: "Llena mis bolsillos de piedras, no quiero irme flotando". Nos equivocamos, no sacamos bien la cuenta, y me hundo.
Cada domingo muero. Por eso, querida, pon las manos arriba. Quiero ser mi muerte.

1 comentario: